La infanta Elena, celestina involuntaria de los emperadores de Japón

En octubre de 1986, la agenda de la Casa Real avisaba de que la infanta Elena, que entonces contaba con 22 años, efectuaría un viaje "de caracter privado" a Japón. Serían seis días de los que no trascendería mucho, porque la agenda oficial sólo señalaba dos actos: la inauguración en Tokio de una exposición dedicada a El Greco, y una recepción que el todavía emperador Hirohito había organizado para la infanta en el complejo de Kōkyo, la residencia imperial desde 1869, en la que Elena sería agasajada con la ceremonia del te.

Pero los cortesanos del Imperio tenían otra misión entre manos. La ceremonia era la excusa perfecta para invitar a una treintena larga de mujeres, cuidadosamente escogidas, para que un joven de 26 años -al que los servicios de inteligencia británicos calificaban como "bastante tímido"- pudiese conocer chicas solteras. El muchacho se llamaba Naruhito, y era el nieto del Emperador Showa. El mismo Naruhito que dentro de tres meses ascenderá al Trono del Crisantemo cuando su padre, Akihito, abdique finalmente.

Dice la leyenda apócrifa -y el libro un tanto dudoso de Ben Hills Princesa Masako: Prisionera del Trono del Crisantemo– que Masako no estaba en la lista inicial de la corte. Alguien, una mano anónima, había dibujado los kanji de Owada Masako en la lista. Aunque tampoco es tan extraño ese añadido: Masako llevaba relativamente poco tiempo de vuelta en Japón, donde había preparado en seis meses los estudios de oposición a la carrera diplomática. Unos exámenes brutales, con 800 aspirantes, y sólo 28 aprobados. Tres de ellos mujeres. Entre ellas, Masako.

La brillantez de la hija del diplomático, filósofo y jurista Hisashi Owada (que llegaría a ser presidente en este siglo de la Corte Penal Internacional), conocido personal del emperador, y cuya carrera había llevado a Masako por países tan distinto como la Unión Soviética y los Estados Unidos, no pasó desapercibida. Así que, en ese otoño de 1986, tenemos a:

a) una infanta española (que no es heredera porque España, como Japón, no consagra la igualdad dinástica de sus jefes de Estado en sus leyes) encantada de la vida porque tiene 22 años, está en la zona más exclusiva de Tokio y dioses vivientes le están ofreciendo la ceremonia más bella del país.

b) treinta y seis mujeres nerviosas porque las han invitado para ver si pueden ellas ser, algún día, emperatrices consorte de Japón.

c) a la políglota Masako Owada, un poco descolocada tras haber estudiado en Harvard durante cuatro años (a los que se refiere como los más felices de su vida) y llevar seis meses encerrada en la Universidad de Tokio.

d) a Naruhito, que acaba de ver a Masako y se ha enamorado de golpe.

Un carromato de problemas

A partir de aquí, la historia es más o menos conocida. Naruhito insiste, y Masako y él tienen varias citas. La corte desaprueba totalmente la relación por varios problemas. El principal es que el abuelo Owada estaba inmerso en un escándalo medioambiental -vertidos ilegales con la industria metalúrgica con la que hizo fortuna-. El segundo es que no se fiaban de alguien completamente formada fuera de Japón -un país al que no se le daban muy bien los idiomas ni las relaciones diplomáticas por entonces-. El tercero es que bueno, es plebeya y, sobre todo, una que se había colado entre los filtros de la opaca corte.

A Masako la idea de unirse a la familia real japonesa tampoco le hace mucha gracia. Es ambiciosa, tiene carrera propia -en la OCDE, donde un año más tarde se incorporaría su padre- y, sobre todo, hay una tremenda persecución mediática en Japón. Masako termina marchándose a Oxford para completar su formación al serivico de su país y rechaza varias veces a Naruhito. Varias. Por razones nunca esclarecidas, Masako renunció a completar su tesis, volvió a Japón en 1990, y Naruhito volvió a intentarlo.

Esto en un momento en el que el Gobierno tuvo que pedir a los medios japoneses que rebajasen la presión, que había alcanzado ya el tamaño de algún enemigo de Godzilla, porque estaban "asustando a las potenciales parejas del príncipe", ahora sí heredero (Akihito había ascendido al trono el año anterior). Finalmente, tras acordar un apagón mediático de un año en torno a la figura del heredero, Naruhito y Masako reemprendieron su relación. Ella, recelosa de la corte, accedió cuando él prometió protegerla toda la vida. Y el resto, 32 años después de aquella visita de la infanta Elena, ya sabemos cómo ha salido.

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