Joyce DiDonato (Prairie Village, EE. UU., 1969) iba a pasar el verano en un road trip por Estados Unidos. Ahora, como todos, está improvisando. Ha pasado el confinamiento en Barcelona, donde no reside, pero pasa largas temporadas junto a su pareja. Ha sido, dice, una época llena de altibajos emocionales. “En algunos sentidos, ha sido una bendición: parar, evaluar y estar en silencio por primera vez en mi vida. Pero también he vivido el luto: he perdido amigos por el virus y nuestra industria ha sufrido muchísimo”. Curiosamente, no se ha refugiado en la música. “Quizá porque para mí es algo que hay que compartir, una forma de conexión con los demás. He estado bastante callada. Por eso me ilusiona tanto volver a actuar”.
Su primer concierto será en el Festival de Verano de El Escorial, el 6 de agosto; dos días más tarde actuará en el Festival Internacional de Santander. Pero aún no sabe qué cantará. “Un día tengo un programa en la cabeza y al día siguiente digo: “¡No puedo cantar eso!”. Quiero que levante el ánimo, pero que también hable de la profundidad del momento que vivimos”, dice. En España, DiDonato, considerada una de las mezzosopranos más poderosas de su generación, siempre se siente en casa, aunque explica que el público español es el más exigente que conoce. “Te tienes que ganar el aplauso. No se aplaude a la reputación ni a una estrella. Siempre tengo la sensación de que si no doy todo lo que tengo, va a ser una noche mediocre. Y eso me encanta”.
En la ópera actual nadie tiene tiempo para divas».
La sexta de siete hermanos, creció en un pequeño pueblo de Kansas y siempre pensó que sería profesora de música. “Mi padre era director del coro de la iglesia y mis hermanas tocaban el piano. La música fue mi primer idioma, antes que el inglés”. Hasta que se enamoró de la ópera. “Requiere conocimientos de música y de teatro, tiene una parte emocional, intelectual y hasta espiritual. Captura todos los elementos de quien soy. Y siempre es un reto”. DiDonato debutó en 1998. Especializada en Händel y Mozart, se hizo un hueco en los mejores escenarios del mundo: La Scala, el Metropolitan, la Royal Opera House… Ha ganado tres Grammy y ha impartido clases magistrales en Juilliard o el Covent Garden de Londres.
“Esta es una carrera llena de obstáculos: llevamos nuestro instrumento encima 24 horas, viajamos mucho, no tenemos raíces y estamos siempre bajo un gran escrutinio porque la expectativa es la perfección. Tienes que conectar con piezas que han sido interpretadas durante siglos de forma vibrante y conmovedora para un público del siglo XXI. ¿Qué parte no es un reto?”, dice con una carcajada. En una industria anclada en el pasado, DiDonato es una artista sin prejuicios, que interpreta tanto a Monteverdi como la adaptación de Pena de muerte.
Lo que está pasando en mi país, Estados Unidos, es horrible, pero tenía que salir a la luz: solo si podemos verlo podremos curarlo”.
“En el sector hay demasiados puristas, que no dejan espacio a la evolución. La ópera siempre ha sido revolucionaria. La traviata fue muy controvertida en su estreno”. Lo que sí ha pasado a la historia es el tópico del divo. “En la ópera nadie tiene tiempo para divas, tenemos mucho trabajo. Y, en general, las superestrellas son muy amables. También es cierto que el aura de los divos tiene una razón de ser. Para que tu voz llegue a 2.000 personas con esa intensidad, necesitas un poder y confianza extraordinarios. Ahí es donde una diva debe invertir su energía, no en el backstage”.
Activista y comprometida, dice que la mejor recepción de su vida fue en una prisión de máxima seguridad de Nueva York (“¡tres ovaciones en pie en un aria!”), y comenta con preocupación las noticias que llegan de su país. “Mi esperanza es que este sea un momento de cambio real. En algún momento, el racismo sistémico, la injusticia, la desigualdad y la codicia te pasan factura. Es doloroso y horrible, pero tenía que salir a la luz: solo si podemos verlo, podremos curarlo”. DiDonato, que se autodefine como una idealista incorregible, cree que la ópera puede transformar las sociedades. “El arte nos permite sentir empatía. A través de la música de una ópera puedes saber lo que significan el amor, el miedo, la rabia, el aislamiento o el sacrificio. Y así es como conectas con otras personas”.
Durante los últimos años, su industria también ha tenido que hacer examen de conciencia. “El #MeToo ha provocado una reflexión necesaria en todos los sectores. A mucha gente le molesta, pero es fantástico”. ¿Y qué opina de las acusaciones contra Plácido Domingo, con el que ha compartido escenarios? Su respuesta es tajante: “No quiero hacer comentarios. Se ha hablado mucho de ese tema y no creo que seguir haciéndolo aporte nada positivo”. Le insisto y accede a hablar en términos genéricos. “Las personas que han abusado de su poder tendrían que ser investigadas, pero también deben poder defenderse, porque pueden ser acusadas falsamente. No digo que este sea el caso, porque lo ignoro. Por otro lado, si una mujer ha sufrido abusos debe ser escuchada y creída. La gran mayoría de las acusaciones son verdaderas. Las mujeres no se inventan esas cosas. Hay excepciones, claro, y por eso es necesario investigar”.
DiDonato no sabe cómo será la ópera en la nueva normalidad, pero cree que la pandemia ha demostrado que sigue muy viva. “En el confinamiento, mucha gente ha buscado en la ópera consuelo y compañía. Algunos la han descubierto viendo funciones del MET en streaming. Y eso es maravilloso”. Sin embargo, dice, es urgente atraer a otro público, más joven y menos familiarizado con el género. “La ópera es universal, lo que intimida a muchos es desconocer el protocolo. Eso hace que no se sientan bienvenidos. Nosotros deberíamos cambiar eso”. Ella, desde luego, está haciendo ese trabajo pedagógico. Próximamente, en sus escenarios.
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