Todo parece indicar que los pendientes Comète de Chanel en oro blanco con seis diamantes cada uno son unos de los favoritos de la reina Letizia, ya que los ha lucido en la que quizá sea su acto más importante: la proclamación de Felipe VI como rey hace justo seis años. Curiosamente, desde entonces doña Letizia los ha ido desterrando paulatinamente, y hace un tiempo que no los rescata de su joyero. Quizá ya no necesite el favorecedor empuje de este par de alhajas, regalo de la casa francesa con motivo del nacimiento de la princesa de Asturias y valoradas en más de 7.000 euros, o tal vez se trate de un recuerdo de tiempos menos felices, cuando aún era princesa y prefería lucir joyas lo más discretas posible. Aún no se había hecho del todo al peso histórico de las tiaras, algo que, felizmente, ha cambiado por completo en los últimos tiempos.
Desde que se casó y se puso una por primera vez –la Prusiana, una pequeña kokoshnik de diamantes y platino que perteneció a Victoria Luisa de Prusia–, doña Letizia ha ganado ciertamente en seguridad a la hora de lucir estas piezas, que hoy lleva con total naturalidad. Una de sus favoritas es la Tiara Flor de Lis o La Buena, el regalo de bodas que Alfonso XIII encargó a la joyería Ansorena en 1906, cuando se casó con Victoria Eugenia. Cuando la estrenó doña Letizia en 2017 causó cierto revuelo, ya que decidió hacerlo en una cena de gala en el Palacio Real en honor al entonces presidente de Argentina Mauricio Macri y su mujer, Juliana Awada. Esa noche la reina sacó toda la artillería pesada del joyero real: La Buena, los pendientes de chatones, las pulseras gemelas… Un despliegue que algunos juzgaron excesivo, pero de lo que no cabe duda es de que la reina estaba simple y llanamente espectacular.
Si hasta hace apenas tres años los pendientes de diamantes de Chanel eran una suerte de amuleto para la reina y las pulseras gemelas sus preferidas de entre las joyas de pasar, últimamente doña Letizia ha tenido un poco despistados a los cronistas. Por ejemplo, con el famoso y misterioso anillo dorado de Karen Hallam del que no se desprende desde hace 12 meses sin que nadie sea capaz de averiguar el motivo, aunque hay quien apunta a que se trata de un regalo de sus hijas, de ahí el incalculable valor sentimental de una pieza que no supera los cien euros. Un detalle que no le impide combinarlo con la que quizá sea la alhaja más llamativa de la reina, una cuya procedencia no acaba de estar clara del todo. También con los collares de perlas. Desde que se animara a ponérselas en 2015 doña Letizia le ha cogido gusto a los magníficos collares del ajuar de pasar.
Pero quizá el gran misterio del joyero de Letizia, además del destino de la tiara Niarchos –el set de tiara y collar de diamantes y rubíes Van Cleef&Arpels, regalo de boda del armador griego Stavros Niarchos a la reina doña Sofía que ésta llevó en público por última vez en 2009, durante una visita de Estado a Francia; fuentes de toda solvencia creen que la reina madre lo tiene en su caja fuerte, y no parece dispuesta aprestárselo a nadie– son los pendientes de diamantes con cabujón de rubíes que llevó a los Princesa de Asturias el pasado octubre.
Además de las joyas de pasar y de anillos artesanales y bastante asequibles, doña Letizia es una firme defensora de la joyería española, como demuestra su colección de pendientes de Tous, algunos diseños exclusivos en piedras naturales, o de Yanes, una casa histórica que firma los Chandelier de diamantes y oro blanco con los que aderezó su llamativo cambio de imagen –aquel corte de pelo bob que ha cedido ante un aspecto más convencional y, por ende, regio–.
Naturalmente, las circunstancias han obligado a la reina a aparcar de momento las tiaras y demás aderezos y últimamente nos hemos tenido que contentar con comprobar que su preciado anillo de Karen Hallam sigue en su sitio. Ojalá las joyas de pasar vuelvan pronto de su exilio forzado. Sería una buenísima señal.
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