Francesca Thyssen-Bornemisza (Lausana, 1958) lleva meses en una isla de difícil acceso. Tanto es así, que la sesión que acompaña esta entrevista la hizo a través de internet un fotógrafo desde Londres, en coordinación con el equipo de Mujerhoy en Madrid. Sin embargo, asegura que lejos de sentirse aislada, pocas veces se ha sentido más conectada. Frente a la costa de Dalmacia, en Lopud, un paraíso con 200 habitantes, en su refugio en un monasterio reformado, la hija mayor del barón Thyssen y su tercera esposa, la modelo Fiona Campbell-Walter, trabaja frenéticamente en los proyectos de su fundación, TBA21. Enamorada del arte tanto como del océano, refuerza su compromiso de explorar nuevos modos de producción y representación artística que inspiren cambios en la sociedad. La exposición de Joan Jonas, Moving Off the Land II, con la que reabre el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza el 6 de junio, es un inmejorable ejemplo.
Mujerhoy Ha vivido el confinamiento con sus hijas Leonor y Gloria, y su madre, Fiona Campbell. ¿Cómo ha sido la experiencia?
Francesca Thyssen-Bornemisza Ha sido una revelación. He conectado de una manera más profunda con todo lo que me rodea, con la naturaleza y conmigo misma. Mi viaje interior ha estado tan enfocado porque he tenido la disciplina para dedicarle tiempo. Me encuentro muy segura confinada aquí y, afortunadamente, he podido hacerlo con la mayor parte de mi familia. Llevamos juntos muchas semanas y pasar todo este tiempo con ellos nos ha dado la oportunidad de profundizar en nuestras relaciones. Los retos son la mejor manera de aprender acerca de una misma y de los demás.
M.H. Su hijo Ferdinand es el único que ha estado lejos…
F. Thyssen-Bornemisza Está sirviendo en el ejército austriaco, pero sano y bien. Ha vuelto a los entrenamientos con su nuevo equipo de carreras en el DTM [campeonato alemán de automovilismo] y ahora es piloto de la escudería Audi. Espero que vuelva a la competición pronto.
M.H. Háblenos de ese paraíso en el que se encuentra.
F. Thyssen-Bornemisza Estamos en Nuestra Señora de la Cueva, un monasterio fortificado del siglo XV en Lopud, cerca de la costa de Dubrovnik. El monasterio ha sido exquisitamente renovado bajo mi supervisión durante los últimos 20 años y pasó de ser una ruina abandonada un retiro elegante. Es un lugar de una belleza increíble, con interiores modernos de Paula Lenti que contrastan con los muros de piedra originales. Es como vivir en un escenario de Juego de Tronos, pero con total privacidad y las comodidades de un hogar. Estamos muy agradecidos por esta oportunidad única: vivir el día a día tal y como debió de ser en la isla, en contacto con la naturaleza. Nos hemos puesto en forma porque somos conscientes de que, cuando regresemos a nuestras casas, el sistema inmunológico debe estar preparado. Cuando vine hace 30 años, justo tras el asedio de Dubrovnik, supe que era un lugar especial, de sanación, de curación.
En cuanto me sumerjo en el agua entro en un mundo mágico y distinto, en el que estoy en armonía con la vida y el color”.
M.H. ¿Ha estado ocupada con alguno de sus proyectos, o ha preferido detenerse para observar y reflexionar?
F. Thyssen-Bornemisza Ambas cosas. Me levanto todas las mañanas y medito. Luego hago yoga, salgo a caminar o empiezo las reuniones del día por videoconferencia. Estoy en contacto con la oficina de TBA21 en Madrid diariamente, planeando la reapertura de la exposición de Joan Jonas en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Moving Off the Land II; por extraño que parezca, es una obra poética y mágica que traslada a los visitantes a un mundo por descubrir. También he estado trabajando en la exposición que tenemos prevista para octubre. Además, estamos ultimando un nuevo proyecto online llamado The St*age, que es una plataforma colaborativa para apoyar a artistas jóvenes afectados por la pandemia. Quiero crear una comunidad basada en la generosidad y la integridad. Ha surgido un espíritu de colaboración en este momento, en lugar de esa antigua fórmula de “cada uno por su cuenta”. Estamos trabajando con personas extraordinarias de todo el mundo e instituciones excepcionales que comparten con nosotros la convicción de que ha llegado el momento del cambio. Lo lanzaremos durante el solsticio de verano, el próximo 21 de junio.
M.H. Hace bueno el nombre de su perfil en Instagram es @FranticBornemisza [frenética Bornemisza].
F. Thyssen-Bornemisza Nunca he estado tan ocupada ni me he sentido tan productiva. Encontrar nuevas formas de colaboración te ayuda a crear un entorno hacia el que queremos avanzar, en vez de reducirnos a lo que se consideraba lo “normal”; es nuestra prioridad absoluta.
M.H. Desde que nació, ha estado muy en contacto con el mar y una de sus actividades favoritas es el buceo. ¿De dónde viene esa conexión tan especial que siente con el océano?
F. Thyssen-Bornemisza Probablemente sea el hecho de que el 70% de mi cuerpo es agua… ¡la misma proporción que en el planeta! En cuanto me sumerjo en el agua, es como si entrase en un mundo completamente distinto, inaccesible a los humanos sin el equipo adecuado. Es un lugar mágico en el que flotas sin sentir tu peso, en armonía con la vida y el color. Me hace soñar con un océano más limpio y tranquilo.
M.H. Precisamente, usted se define a sí misma como “defensora de un océano más tranquilo”.
F. Thyssen-Bornemisza El sonido ha sido, desde mi adolescencia, parte importante de mi vida. Desde los primeros tocadiscos portátiles hasta un sistema de sonido hipercomplejo para nuestro proyecto de TBA21 The Morning Line. El sonido siempre me ha fascinado. Tras participar en varias expediciones con artistas que trabajan con el sonido, aprendí a escuchar el océano en tiempo real a través de hidrófonos. Fue hipnótico. Me hizo ser consciente de cuánto dependen del sonido las criaturas del océano: para alimentarse, buscar pareja, encontrar un hogar… También hasta qué punto el sonido humano mecánico ha interrumpido la red sónica interconectada de llamadas y respuestas que cruza el océano. Hay tanta contaminación acústica como contaminación plástica y pocas personas lo saben. Así fue cómo fundí mi pasión por el sonido con mi profunda preocupación por el océano, y desarrollé una conferencia performativa para crear conciencia de la creciente contaminación acústica en los océanos, abogando por soluciones viables para hacer de ellos lugares más tranquilos.
M.H. ¿En qué momento decidió dar un paso adelante y convertirse en activista?
F. Thyssen-Bornemisza He estado viajando a Jamaica toda mi vida. Fue allí donde mi madre me enseñó a hacer snorkel cuando tenía unos cinco años. Durante este tiempo, he visto cómo los arrecifes de coral iban desapareciendo, igual que las reservas de peces por culpa de la pesca indiscriminada. Me di cuenta de que mis hijos ya no tendrían la oportunidad de ver aquello con lo que yo había disfrutado tanto, y ahí fue cuando comencé los trámites para que se convirtiera en área marina protegida. Posteriormente fundé la Alligator Head Foundation, una organización independiente que se encarga del East Portland Fish Sanctuary [una reserva natural marina en la costa noreste de Jamaica]. Desde que comenzaron su labor hace seis años, los científicos han cuantificado un aumento del 250% de la biomasa y el regreso de 16 especies que se creían desaparecidas en la región. Este santuario, que se abrió en 2015 y fue declarado un año después Hope spot [punto de esperanza] por la doctora Sylvia Earle [la bióloga marina que ha señalado cerca de un centenar de zonas marinas cuya biodiversidad demanda una protección especial], colabora activamente con la University of the West Indies, TBA21-Academy y otras tantas organizaciones. Durante la crisis del Covid-19, nuestra fundación ha iniciado un programa para alimentar a escolares de la zona que se habían quedado sin la única comida caliente que tenían al día. La preocupación por nuestra comunidad es prioritaria en la fundación.
M.H. La crisis sanitaria ha concentrado la atención de los medios y el público. ¿Confía en que el cuidado del medio ambiente volverá a ser una de las principales preocupaciones de la sociedad?
F. Thyssen-Bornemisza Los conservacionistas han denunciado durante mucho tiempo que, si dejamos que nuestro planeta muera, inevitablemente nos extinguiremos. Nos hemos dado cuenta de que nuestra salud está intrínsecamente vinculada con la del planeta. Si nos desconectamos de nuevo, llevaremos a las futuras generaciones por un camino de deterioro del sistema inmunológico. Mucha gente me ha contado que, durante el confinamiento, ha tenido tiempo para concienciarse de los desechos que producimos y de cómo están afectando a nuestra salud y a la naturaleza. La vida en las ciudades se ha detenido y sus habitantes han podido escuchar los sonidos de la naturaleza desde casa. Los habitantes de Punjab, en India, han visto el Himalaya por primera vez en su vida, cuando desapareció la nube de contaminación gracias al parón en el tráfico. La conciencia medioambiental se ha extendido de una manera que antes no parecía posible.
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