Giorgio Armani (Piacenza, 1934) es historia viva de la moda. Epítome de la afilada elegancia milanesa, capturó el glamour deHollywood justo antes de que lo corporativo devorara lo creativo, inventó la alfombra roja tal y como hoy la conocemos (con las estrellas más rutilantes convertidas en sus abanderadas) y, ya con sus primeras colecciones, cuestionó la expresión de los géneros a través de la moda, con colecciones que sí impactaron en el vestir y muchas décadas antes del desmontaje de lo masculino y lo femenino que tratan de realizar firmas en las antípodas como Gucci. Veteranísimo al frente de un negocio que ha devenido en imperio (factura casi 8.000 millones de euros al año y emplea a más de 3.000 personas), ha defendido desde siempre un acercamiento al vestir tranquilo, más dedicado al deseo que al show y más preocupado por la puntada que por el filtro de Instagram. Siempre ha sido crítico con el sistema de la moda, pero en los últimos años sus palabras tienen más alcance porque la falla se hace cada vez más difícil de ignorar. En los últimos años ha tirado con bala.
«Eliminé las diferencias entre hombres y mujeres», ha comentado sobre aquellas colecciones de los 80, en las que el traje de chaqueta desestructurado acercaba los códigos entre hombres y mujeres. «Le di al hombre la soltura, la flexibilidad, la suavidad de la mujer. Y a la mujer la comodidad y la elegancia del hombre». A su juicio, hoy la moda encara la cuestión del género desde el punto de vista comunicativo, «como un tema que cabalgar». Y señala: «Tengo la impresión, sin embargo, que hoy debido al deseo de sorprender se cae en la exageración, con experimentos que empiezan y terminan en la pasarela. Personalmente, prefiero seguir fijándome en cómo se viste realmente la gente para crear prendas efectivas, incluso cuando exploro cuestiones tan delicadas como la identidad de género».
Hace diez años, unas polémicas declaraciones al diario ‘La Stampa’ levantaron ampollas entre los diseñadores y confirmaron su posición como verso suelto.»Acabemos con la moda de circo que insulta a los hombres y los ridiculiza», pidió, señalando tres culpables del espectáculo: el mundo de las finanzas («La moda está en manos de los bancos»), la prensa(«Me fastidia que se dé espacio en los periódicos a una colección fea») y los diseñadores («Los hombres no deben ser víctimas del estilismo, ni la pasarela debe convertirse en una mamarrachada»). En 2019, su voz volvió a alzarse. «Existe demasiada ropa y es de muy poca calidad«, denunció. «La situación actual es insostenible. Debemos ralentizar la industria. Los diseñadores no podemos operar como las marcas de moda rápida, Necesitamos ser más responsables, producir menos pero mejor, de una manera más ética. Mi estilo es atemporal y mis prendas perduran, pero quiero avanzar aún más en esa dirección».
El pasado febrero, en la presentación de su última colección, Giorgio Armani volvió a sorprender con unas declaraciones aún más contundentes (incluso insensibles según algunas críticas). «Creo que ha llegado el momento de decir realmente lo que pienso. Las mujeres siguen siendo violadas por los diseñadores, por nosotros. Puedes violar a una mujer metiéndola en un sótano o dictando que tiene que vestir de una determinada manera. En mi colección hay faldas largas y cortas, pantalones estrechos y amplios. Le doy a las mujeres la máxima libertad para que hagan uso de todas las posibilidades, en función de su sensibilidad». Y remató con su idea más revolucionaria: «Estoy harto de escuchar la palabra tendencia. Tenemos que trabajar para la mujer de hoy. No debería haber tendencias».
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