En un gesto de audacia sin precedentes la reina de las Dos Sicilias solía ponerse la tiara cosida a un sombrero, como podemos comprobar en el retrato que le hizoVicente López Portaña y que puede visitar en la Academia de las Bellas Artes de San Fernando (Madrid). La de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias es solo una muestra de la fascinación que ejerce esta joya ligada a la realeza y la alta aristocracia que apasiona por igual a nobles y ricas plebeyas como Paris Hilton.
Ni la más humilde de las princesas europeas –Irene de Grecia– ha sido capaz de sustraerse al influjo de la tiara, y guarda cuidadosamente la suya, la de los Círculos de Diamantes, en su estuche de la Casa de Garrard de Londres. Y cuentan que uno de los muchos actos de independiencia de la princesa Margarita de inglaterra consistió precisamente en adquirir en 1959 y en subasta su propia tiara –en este artículo no usaremos el sinónimo diadema, puesto que NO es lo mismo–: la de lady Poltimore, realizada en 1870 por la Casa Garrard de Londres.
Pero empecemos por el principio: ¿qué es una tiara? Los expertos responden.
"La tiara es una evolución de la corona que se diferencia de ésta por la forma –no es del todo redonda, y se coloca de forma oblicua–, dice Gemma Corral Cordonié, experta en joyas antiguas de Ansorena, que prosigue: "Hay dos tipos: la cilíndrica, que usaban princesas y emperadores. Y la papal". Corral Cordonié advierte que la diadema, que se coloca de forma paralela a la cara y en vertical, no tiene nada que ver con la tiara, una alhaja que lleva un motivo frontal más elevado que estiliza la figura. "La diadema es un pequeño adorno para el peinado que no busca este efecto en absoluto", advierte. Su colega Dalia Padilla de Christie’scorrobora este extremo: "Efectivamente, ambos términos se confunden entre sí y se usan de forma indistinta, pero hay ligeras diferencias entre ambos. La tiara es un término más genérico pero, aunque abarca diferentes estilos, se refiere a una joya importante de inspiración griega y formato rígido para colocar en la cabeza. La diadema alude a cualquier adorno o aderezo femenino en forma de aro abierto que sujeta el pelo hacia atrás, y que no tiene por qué ser rígido".
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Una vez zanjado el asunto de qué es –y, sobre todo, qué no es– una tiara, pasemos a otra cuestión fundamental, en especial si tiene la fortuna de atesorar una de estas alhajas: ¿cómo determinar su época de procedencia? ¿Existen unos rasgos concretos que nos ayuden a saber si es de finales del XIX o de mediados del XVIII, por ejemplo? "Como norma general, la tiara corresponderá al estilo o estilos predominantes en cada época, siendo determinantes para fecharla los materiales en los que esta realizada y las gemas, entre otras características", apunta Ernesto Gutiérrez, director de la joyería Bárcena. Un ejemplo: si la tiara está realizada en platino, u oro y platino, su antigüedad no iría más allá de finales del siglo XIX. "Y diría casi con seguridad que pertenece a primer tercio del siglo XX", añade el experto. "En el siglo XVIII las tiaras se convirtieron en un aderezo muy popular y a la moda. Las de mediados del siglo XVIII se realizaban en oro amarillo y vistas en plata. Los diamantes eran de talla antigua y old mine y, en caso de llevar piedra de color, éstas eran vidrios y piedras duras como ágatas, jaspe o jade. También se utilizaban los esmaltes y las gemas orgánicas –coral y turquesas–, especialmente en Francia e Italia", comenta Gemma Corral Cordonié de Ansorena. Una corriente que impulsó por cierto Louis Cartier, pionero en el uso del platino por su resistencia y su flexibilidad. "Cartier se inspiró en el movimiento Art Nouveau para crear joyas fluidas y configuraciones diminutas, casi invisibles, que dejaban que la luz jugara entre las facetas de cada piedra", comenta Delia Padilla.
Delia Padilla de Christie’s nos cuenta cuándo se puso de moda este aderezo: ocurrió en el siglo XVIII gracias fundamentalmente a Napoleón quien, al emular el estilo imperial romano, marcó un renacimiento neoclásico. "Cuando se coronó emperador, la emperatriz Josefina llevó una tiara en forma de corona de laurel cuajada de diamantes como símbolo de soberanía", recuerda Padilla, que explica además cómo durante todo ese siglo estas piezas incluían importantes y valiosas gemas y piedras preciosas. "Los motivos clásicos como acantos y otros elementos de la naturaleza seguían siendo muy populares, pero cuajados de diamantes y piedras preciosas. También se extendió mucho el uso de cameos e intagli representando escenas clásicas". Es en el paso del siglo XVIII al XIX cuando los diseños con una gran variedad de gemas como corales, amatistas, turquesas, topacios, citrinas y perlas, con o sin diamantes, se convirtieron en habituales. "También se normalizaron los modelos más simples y con camefeos contemporáneos para propietarias menos adineradas. Las formas clásicas del siglo XVIII permanecieron, pero dieron paso a diseños más naturalistas, con guirnaldas, flores, ramos y lazos", acota Padilla.
De esta etapa data también el engarzado en tremblant, flexible y que proporciona movimiento a la joya. Una modalidad que facilita que los destellos naturales de las piedras, en especial de los diamantes, se intensifiquen de forma muy efectiva bajo el centellear, por ejemplo, del fuego de las velas. "Los esmaltes y las gemas de colores se sumaron a su belleza y realismo, y se consideró necesario tener pares de gemas diferentes para usar con varios estilos y colores", continúa la experta de Christie’s. Un ejemplo de este tipo de engarzado lo encontramos en la tiara de la reina Emma, un trabajo de la casa francesa Mellerio que llevó Máxima de Holanda en 2014, el día de la coronación del rey Guillermo.
Y, para terminar, dos consideraciones prácticas y de vital importancia: cómo conservar su tiara y cuándo –y sobre todo, cuándo no– usarla. En cuanto a la primera pregunta, la respuesta es sencilla: en su estuche. Eso sí, recuerde limpiarla bien con una gamuza, ya que la suciedad puede variar su color. "Es muy importante guardarla separada de cualquier otra pieza de joyería, en un estuche individual o en una bolsa con cierre para evitar que se raye", advierte Delia Padilla. Por su parte, Ernesto Gutiérrez de Bárcena recomienda un lugar seco y fresco, sobre todo si contiene esmeraldas o gemas orgánicas (perlas y corales, entre otras).
El director de Bárcena cree que la tiara solo estaría fuera de lugar en un caso muy concreto: un entierro. "Por lo demás, no hay normas escritas y cómo llevarla depende en gran medida de la ocasión, de la moda de cada momento y de la personalidad de su portadora". Es decir, si quiere cosérsela al sombrero como la reina de las Dos-Sicilias, está en su perfecto derecho. Gemma Corral Cordonié disiente: "Tanto la tiara como la diadema son piezas para novia, no deben usarse en otro contexto". Y Delia Padilla zanja: "Muchas tiaras, particularmente ejemplos del siglo XIX, son muy versátiles y pueden desmontarse para formar broches, horquillas y pulseras y poder usarse en ambientes más relajados.
Si hay algo en lo que los expertos consultados están de acuerdo es en el hecho de que las tiaras no están reservadas a la realeza. "No es así, históricamente las han llevado mujeres de todo tipo", dice Padilla, que considera que la tiara debe llevarse siempre con vestido largo y de ceremonia. "Se tiende a creer que no puede combinarse con diseños de palabra de honor, aunque varias instantáneas recientes de miembros de la familia real inglesa lo desmienten". Y recuerde: ante la duda sobre si sacar o no su tiara familiar del estuche ante un acontecimiento importante, lo mejor es saber con antelación si la llevará la anfitriona. Una vez averigüe este dato puede cosérsela al sombrero. O no.
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