Sin pedir perdón ni permiso. Ese parece ser el lema con el que Naomi Campbell ha vivido durante sus más de 30 años de carrera. Un historial interminable de excesos, caprichos, desplantes y rabietas a los que la industria de la moda parece haberse acostumbrado, seducido por el magnetismo de su rostro y el hipnótico e inimitable contoneo de sus andares sobre la pasarela, a los que incluso Beyoncé aludió en una de sus canciones. La lista podría no tener fin. Desde plantones en sesiones de fotos, como al que sometió a un reconocido fotógrafo español, que necesitó tres intentos para conseguir que acudiera al estudio, hasta grescas con compañeras entre arañazos y tirones de pelo; retrasos infinitos para llegar a desfiles; peleas con agentes de policía en el aeropuerto, o el famoso arranque de ira que tuvo con su asistente, a quien acabó tirando el teléfono móvil a la cabeza y por el que tuvo que cumplir servicios comunitarios en Nueva York en 2007. Una espiral en la que parecía seguir la frase de uno de sus mejores amigos, el diseñador Domenico Dolce: “Sáltate las normas y ríete de todo”.
Por fin estoy cómoda en mi piel. Quiero compartirlo y espero poder ser una figura que haga sentirse a las mujeres empoderadas”.
Esta semana, la modelo cumple 50 años y, mientras observa desde la cima el fruto de sus esfuerzos, parece recapacitar y adentrarse en una fase de desaceleración. “Hoy me encuentro más cómoda en mi piel de lo que he estado nunca antes –reconoce a Mujerhoy–. Y he llegado a la conclusión de que es algo que debo compartir, sobre todo con las chicas jóvenes que sueñan con ser modelos, pero también con las mujeres en general. Espero poder ser una figura que las haga sentirse empoderadas”.
Atrincherada en su apartamento de Manhattan, donde pasa el obligado confinamiento por la crisis de la Covid-19, la top se ha centrado en ofrecer a través de sus redes sociales y su propio canal de YouTube, Being Naomi, numerosos encuentros con colegas de la profesión, desde Marc Jacobs, Pierpaolo Piccioli a Christy Turlington o Cindy Crawford. Una vía de comunicación no exenta de polémica, ya que uno de los vídeos más virales (valga la expresión) se publicó antes de que se declarara la pandemia. En él, la modelo contaba en primera persona el ritual que lleva a cabo cada vez que se sube a un avión y desinfecta compulsiva y concienzudamente la cabina, toallitas y gel sanitario en ristre. Muchos la tomaron por loca, incluso después la mofa se agravó al verla en unas imágenes en el aeropuerto de Los Ángeles luciendo un mono con capucha, guantes, mascarilla y gafas. “La seguridad es lo primero”, aseguraba. Tal vez ahora, dos meses después de haberla tachado de exagerada y aprensiva, convendría considerarla más bien una visionaria.
En cualquier caso, lo que digan de ella no es algo que le quite el sueño. Acostumbrada a ver cómo los tabloides airean sus desmanes, la modelo se ha hecho una coraza totalmente impermeable a las críticas y los rumores. “No voy a ser un rehén de mi pasado”, declaraba hace unos meses al diario The Guardian. Libre de cualquier filtro o prejuicio, se ha enfrentado incluso a pesos pesados de la industria, como cuando criticó a Alexandra Shulman, la directora de la edición británica de Vogue, por la falta de diversidad racial en los editoriales de la revista, que en 25 años solo dedicó 11 portadas a modelos negras.
Aunque la preceda un historial de mujer poco cercana, durante su carrera ha contado con el apoyo de numerosos diseñadores, entre ellos Azzedine Alaïa, a quién consideraba como un padre y por el que fue prácticamente adoptada nada más llegar a París con 16 años. También Donatella Versace ha sido un importante pilar, desde que a mediados de los 90 y junto al archifamoso grupo de las supermodelos, que formó junto a Linda Evangelista, Christy Turlington, Cindy Crawford y Tatjiana Patitz, estrechó lazos con Gianni. “Mi amistad con Naomi se remonta tan atrás que la considero como mi hermana –nos cuenta Donatella Versace–. Recuerdo que nos presentó Steven Meisel. Él la llamaba Bambi. Fue un flechazo, tanto para mí como para Gianni. Enseguida la hizo su musa. Ella representa la Medusa, porque cada vez que sale a la pasarela no puedes dejar de mirarla. No sé cómo lo hacía, pero en algunos desfiles se cambiaba de ropa hasta siete veces, algo casi imposible, y siempre estaba fabulosa. Nuestra relación va más allá de lo laboral. Hemos crecido juntas y eso ha creado un vínculo muy fuerte entre nosotras. Estoy muy orgullosa de la mujer en la que se ha convertido, porque es un ejemplo para las nuevas generaciones que la consideran un icono”.
Haber encontrado su propia voz y alzarla es la mayor lección que Naomi ha aprendido de estos años. No es que haya permanecido callada precisamente, pero tal vez ahora, con la madurez, ha sabido redirigirla y convertirla en un altavoz que la favorezca no solo a ella sino a las causas con las que se ha implicado. Entre ellas la filantropía, algo que le inculcó su gran amigo Nelson Mandela, lo que la llevó a crear en 2005 su propia organización benéfica Fashion For Relief y por lo que se ha empeñado en dar visibilidad a las jóvenes modelos negras en una industria que aún atisba la diversidad.
Cuando en diciembre de 2019 el Consejo de la moda británica le concedió el premio como icono de moda global, convirtiéndola así en la primera mujer negra en recibirlo, subió al escenario y, frente al patio de butacas del Royal Albert Hall, abarrotado de compañeros de profesión, su dedicatoria fue para “esa chica a la que siempre le han dicho que no, a la que nunca le han permitido gritar o llorar, y a la que cada día le digo que no se rinda. Puede conseguir lo que se proponga”
Fuente: Leer Artículo Completo