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Esta semana, el milmillonario fundador de TikTok (la red social que ha superado ya los 625 millones de usuarios) Zhang Yiming anunciaba una donación de 9,25 millones de euros a la aceleradora terapéutica de la Fundación Bill y Melinda Gates contra el Covid-19. No ha sido el único: Madonna –que reveló recientemente que había padecido el coronavirus durante su tour europeo justo antes del confinamiento global– también ha aportado cerca de un millón de euros. Y el matrimonio formado por Mark Zuckerberg y Priscilla Chan ha aportado otros 23 millones de euros. Empresas como Mastercard o gobiernos como el británico (con 45 millones de euros) han contribuido a los más de 250 millones de euros que maneja la incubadora, de los que la mitad los han aportado los Gates. Son cifras que pueden parecer espectaculares pero que son simplemente la parte más llamativa de una realidad cada día más innegable: casi todos los pasos para atajar definitivamente la pandemia pasan por la fundación de los Gates y sus organizaciones, simplemente porque fueron los únicos que han invertido años (y miles de millones de dólares) en anticipar un escenario como el del coronavirus.
La aceleradora es la fuerza de choque de los Gates contra la pandemia. Trabaja en tres áreas (tratamiento, test y vacunas) intentando anticiparse a los problemas que traerá la nueva normalidad. Bill Gates lo explicaba mejor en un artículo publicado hace unos días en el New England Journal of Medicine, donde aseguraba que el problema triple cuando existan vacunas y tratamientos será de escala, producción y, sobre todo, del mundo y salud pública que tenemos que construir. Su aceleradora es, en realidad, un pequeño modelo de lo que pedía en la carta: el de los gobiernos y empresas del mundo comprometiendo los "miles de millones de dólares" que serán necesarios para solventar los mayores obstáculos cuando lleguen las vacunas y los tratamientos. Cómo producir vacunas suficientes con rapidez, cómo asegurar que los países de rentas bajas tengan acceso a las mismas ("las pandemias no respetan fronteras", es el lema de una de sus organizaciones) y cómo emplear las lecciones del coronavirus para la próxima vez –porque habrá una próxima vez– que una nueva enfermedad amenace al mundo. Es decir, que los escenarios de contención y erradicación –en los que todo el planeta, salvo Nueva Zelanda y otros países insulares, ha fracasado– sean posibles, no importa de dónde surja la próxima epidemia, ni los recursos de cada país: que la respuesta global no sea a posteriori.
La aceleradora de Gates desciende directamente de otras dos organizaciones creadas por la Fundación. con las que también colabora. La más veterana es la Alianza Global para Vacunas e Inmunización (Gavi), con la que el matrimonio y la Organización Mundial de la Salud se propusieron crear vacunas baratas y campañas de erradicación para países en vías de desarrollo. Y la más importante para el caso que nos ocupa: la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias (CEPI), una organización con sede en Noruega cuyo objetivo era, desde 2017, preparar al mundo para escenarios como el del coronavirus. También es posible que la CEPI sea una de las pocas cosas relevantes que hayan nacido nunca en Davos: allí fue concebida en 2015 y allí se presentó en 2017 apadrinada por los Gates y el Fondo Wellcome (el antecesor filantrópico de los Gates: el legado del magnate farmacéutico Sir Henry Wellcome, establecido hace casi un siglo, y que ha aportado de forma benéfica unos 30.000 millones de euros a la investigación biomédica. El Fondo Wellcome también es el otro cofinanciador de la aceleradora puesta en marcha por los Gates). Y respaldada principalmente por tres países: Noruega, Alemania y Japón.
El día cuatro de mayo, la Comisión Europea recogió el guante de los Gates y anunció su propia aceleradora, que tiene como objetivo recaudar entre 7.500 y 8.000 millones de euros. A repartir entre distintas iniciativas, sobre todo las puestas en marcha por el fundador de Microsoft. España, de momento, ha comprometido 125 millones de euros: 50 millones son para Gavi (cuya estructura actual se ha encargado de la vacunación de cerca de la mitad de la infancia del planeta, y cuya especialidad está en, precisamente, hacer llegar las vacunas a los que las necesitan) y 75 millones para la CEPI (de un total de 500 millones asignados por la Comisión, más otros 500 millones aportados por Noruega). Por su parte, el Reino Unido no se ha quedado sólo en los 45 millones aportados a la aceleradora de los Gates, sino que ha destinado otros 250 millones al CEPI. En su primer año de vida, el CEPI sólo contaba con 400 millones de euros para hacer frente a once enfermedades candidatas a pandémicas. La Unión Europea en conjunto no se sumó a sus esfuerzos hasta finales del año pasado.
Entre las tres organizaciones vinculadas a los Gates, existen ahora mismo ocho proyectos principales internacionales para el desarrollo de una vacuna (que manejan casi 80 investigaciones prometedoras), tanto públicos como privados como académicos. Harán falta unos 2.000 millones (la estimación la puso la propia CEPI en febrero) para que podamos conseguir la vacuna. Ahora mismo, casi la parte más fácil y más barata de la ecuación que afrontamos como especie: una vez conseguida, hay que producir y suministrar esa vacuna a todo el planeta. Y, al mismo tiempo, ofrecer un tratamiento, una respuesta sanitaria y crear un sistema de información y rastreo de enfermedades mundial que evite que cada país y cada institución actúe por su cuenta. Es decir, aquello en lo que Bill Gates lleva dos décadas trabajando, y para lo que nos lleva avisando al menos cinco años. Si quieren apostar por un premio Nobel de la Paz cantado en los próximos dos años, ya saben qué matrimonio poner en la quiniela.
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