El sol se esconde tras los pinos y cipreses del Monte Argentario, una pequeña y poco explotada península de la costa de la Toscana con espíritu de isla por su delicada conexión al continente a través de un puente y dos finas lenguas de arena. La brisa cálida que hasta hace unos minutos venía del Tirreno comienza a cambiar de dirección, y el olor a sal y yodo se mezcla con el de las buganvillas que salpican las terrazas. El barman ya sabe qué cóctel le gusta tomar a esta hora, y lo prepara con sabiduría de alquimista tras un simple alzamiento de su ceja derecha a modo de comanda. Su pareja prefiere terminar el día con un tratamiento en el SPA (con productos de Santa María Novella de Florencia), pero usted no puede presentarse a la cena en el estrella Michelín del hotel sin conocer el desenlace de la novela policíaca que empezó hace tres días en la tumbona cubierta por una acolchada toalla a rayas blancas y amarillas del beach club más codiciado del Mediterráneo.
Durante el día, ha dado un paseo en yate, ha jugado al tenis y al backgammon, se ha refrescado en la piscina salada, ha compartido mesa y aperitivo con dos hermanos diseñadores de Florencia y ha dormido una siesta en una villa con vistas desde el acantilado a las rocosas islas de archipiélago Toscano.
Si no fuera por la foto de la limonada y el sándwich Jumbo (de 25 euros) que ha subido a su cuenta (privada) de Instagram, cualquiera diría que estaba disfrutando de unas vacaciones del siglo pasado. Y es que en Il Pellicano han cambiado pocas cosas desde su apertura. Lo justo para adaptarse a las necesidades de su exigente clientela del siglo XXI sin perder su esencia de refugio elegante y familiar al que se acudía no tanto para “ver y ser visto” como para esconderse y reencontrarse.
Los huéspedes de Il Pellicano (que podrán volver a sus instalaciones a partir del próximo 26 de junio, la fecha prevista para su reapertura) son de los que repiten. De los que viajan sin pudor con su nanny (eso sí, los niños menores de 9 años no son bienvenidos) y agradecen que se les asigne el mismo camarero para servirles verano tras verano. Como Mathilde Agostinelli, que visitó durante 15 años el hotel junto a su exmarido Roberto Agostinelli (un financiero americano de origen italiano) y acudió feliz a la boda de Lucia (nanny) y David (camarero).
Il Pellicano empezó como un hotel familiar (de lujo, pero esencialmente familiar), y sigue evitando el tratamiento de “refugio de la jet-set”, que para eso ya estaban Marbella y St Tropez. Tanto sus fundadores como sus actuales dueños ofrecen un oasis de elegancia y buen gusto, pero también, y mucho más importante, de privacidad. Y cada cual que decida: hoy, si se anima a subir una instantánea a su red social favorita; ayer, si se dejaba capturar por el exquisito objetivo de Slim Aarons.
El fotógrafo de los ricos y famosos de la segunda mitad del siglo XX fue uno de esos clientes de Il Pellicano con carnet de socio. Acudía al hotel con la intención de desconectar, pero las tumbonas de la playa, los yates de la costa, los taburetes del bar y los cocodrilos hinchables de la piscina estaban ocupados por su mayor objeto de deseo: “gente atractiva, haciendo cosas atractivas en lugares atractivos”. Y con su Leica y sus carretes de Kodachrome siempre a mano, inmortalizó durante años a los Corsinis, Puccis y Pignatellis en sus villas favoritas, bajando las escaleras hacia el mar (ahora pueden hacerlo en ascensor), subiendo al barco para ir a tomar un helado al cercano Porto Ercole o, simplemente, tumbados fabricando un bronceado con firma propia.
En el extenso álbum de Slim Aarons dedicado al hotel destacan las fotos que durante años hizo a lafamilia Scio, los actuales dueños. Roberto Scio le compró la propiedad en 1979 a Michael y Patsy Graham, una pareja de cuento de hadas (él piloto británico de guerra, ella glamourosa socialité americana que se encaprichó de él cuando le vio en la portada de un periódico como superviviente de una catástrofe aérea). Michael y Patsy se conocieron y se enamoraron en Pelican Point, California. Buscaron un rincón de Europa para abrir un hotel de lujo en el que sus amigos se sintieran como en casa y lo encontraron en esta remota costa Toscana, en un terreno sobre el acantilado que compraron a la familia Borghese . Y entre esos amigos (además de los Agnelli, Henry Fonda, Yul Brinner o Kirk Douglas) estaba Roberto, en quien confiaron plenamente para pasarle el testigo de un hotel, que más que un negocio, había sido para ellos un proyecto de vida en el que volcaron toda su energía y su ilusión.
La gran inauguración tuvo lugar el 2 de junio de 1965, y tanto su proceso de construcción como sus primeros años de funcionamiento tuvieron otro testigo fotográfico de renombre, John Swope. Famoso por cubrir reportajes de actores de Hollywood para la revista Life, Swope se convirtió en socio capitalista de los Graham y documentó esos inicios del hotel con unas preciosas fotografías en blanco y negro.
Las fotos de Swope y las de Aarons se unieron en 2015 a las del fotógrafo de moda alemán Jurgen Teller, que fue el elegido por Marie-Louise Scio (hija de Roberto y actual directora) para documentar las fiestas de verano organizadas por el hotel a partir de 2009. Con estos tres archivos, cada uno de su época y con estilos totalmente distintos, Rizzolli editó el que probablemente sea el coffee table book sobre uno de los hoteles más maravillosos del mundo.
Marie-Louise Scio ha sido la responsable de la última reforma y ampliación del hotel. El cemento de la playa ahora es blanco, el SPA de primer nivel y la boutique (en la que entre su exquisita selección de ropa y trajes de baños encontrará la mítica bolsa de playa de Il Pellicano) digna del cuadrilátero de la moda de Milán. Los “amigos” y clientes de los Scio son los hijos y nietos de los amigos de los Graham.
Y en los últimos tiempos, entre Niarchos, Casiraghis y Missonis, se mezclan los clientes anónimos como usted, a quien le espera la sinuosa carretera de la península del monte Argentario y la discreta entrada a un mundo de lujo y placeres mediterráneos de otra época. Usted verá si quiere subir la foto de la piscina a su Instagram o guardarse el hashtag #lujonostalgico para ese álbum mental, personal e intransferible que tanto ayuda a superar el estrés y las frías tardes de invierno.
Artículo publicado originalmente en Vanity Fair el 7 de julio de 2019 y actualizado.
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