Celia Villalobos inventó a la política tertuliana, mediática y popular

Artículo publicado originalmente el 24 de febrero de 2019 y actualizado.

"La boca es la prolongación de su corazón, tiene torrentera verbal y sería capaz de dejar callado a Fidel Castro". Así introducía en 1995 el periodista Carlos Herrera en un programa de Canal Sur a Celia Villalobos antes de entrevistarla. Ese año había salido elegida alcaldesa de Málaga, derrotando al único alcalde que había conocido la ciudad desde 1979, el socialista Pedro Aparicio Sánchez. Villalobos era una de las protagonistas del triunfo del Partido Popular en las elecciones municipales de 1995, el que precipitaría la victoria en las generales de José María Aznar un año más tarde. Herrera no necesitaba hacer figuras florales para presentar a la política popular, ya era un rostro bien conocido a nivel nacional.

"Dicen que en su juventud, que no está muy lejana, por cierto, ella conducía por la izquierda, pero la reflexión le hizo ver que era mejor respetar la propiedad privada de los peatones", también trazó el presentador. Siguiendo la broma, la alcaldesa malagueña respondió que "desde que estamos en la Unión Europea hasta los ingleses han dejado de circular por la izquierda". Por supuesto, los ciudadanos británicos nunca cambiaron de lado y a día de hoy sus volantes siguen llevando la contraria al resto del mundo. Es un buen ejemplo de cómo Villalobos planteó sus intervenciones en los platós: para ella siempre ha sido más importante expresarse con personalidad que con exactitud.

En la operación para cambiar la imagen del PP, Celia Villalobos jugó un papel clave. Era necesario mostrar que en ese partido centrista, moderado y moderno, además de grandes técnicos como Rodrigo Rato y hombres que conocían la administración como Mariano Rajoy, también había personas que hablaban con lenguaje llano y directo, que no se perdían en debates elevados sobre alta política y conocían de primera mano la auténtica realidad de la calle. La batalla por ver quién era más cercano se libró en los salones de estar, donde los miembros de las familias de los noventa todavía veían la televisión juntos.

"Es un tema del que seguramente ustedes hayan hablado en casa". Ese era el mantra que servía de pretexto para la gran cantidad de programas de debate que proliferaron durante esa década en las cadenas españolas. Jesús Hermida fue con seguridad uno de los profesionales que más veces lo pronunció en antena. En Antena 3, concretamente. En todos los formatos que presentó y dirigió durante los noventa siempre contó con Villalobos. La alcaldesa y diputada a veces compartía bancada con Ramoncín para manifestarse ambos en contra de la legalización de las drogas, otras hablaba de violencia juvenil con Juan Echanove. Como ellos, hablaba sin pelos en la lengua, sin recurrir a molestos argumentarios partidistas. Ella se representaba básicamente a sí misma y no tenía que consultar con nadie lo que pensaba. Igual que, con otras sensibilidades políticas, pero similares sensibilidades sociales progresistas, se consolidaron como contertulias colegas como Amparo Rubiales (PSOE), Pilar Rahola (ERC) o Cristina Almeida (IU). Habría que discutir si a todas ellas se las puede considerar también descubrimientos de Hermida, que tenía ojo clínico para medir la telegenia.

Celia Villalobos, como el resto de sus compañeros en los debates de Con Hermida y compañía, La noche de Hermida, El programa de Hermida, Los comunes, o Sín límites –copresentado con Mercedes Milá, la otra gran moderadora de los noventa– tenía una opinión sobre todo y se enzarzaba con simpatía en discusiones que, por mucho que se acalorasen, no conocían la crispación actual de, por ejemplo, La Sexta Noche. Allí se iba a debatir, sí, pero sobre todo a hacer tertulia, no se trataba tanto de convencer como de celebrar lo diverso y variopinto de nuestro paisanaje.

Para el año 2000, cuando Aznar la nombró ministra de Sanidad y Consumo, tantas tablas tenía ya ante cámaras y micrófonos que no era capaz de ajustar el tono a la responsabilidad que se le había confiado. Muchos pensaban que era esa informalidad lo que el presidente buscaba; otros que era un premiopara rescatarla de una alcaldía acosada por polémicas, acusaciones de malversación y gestión poco transparente. La falta de rigor con la que trató Villalobos la crisis de las vacas locas, dando recetas para el caldo, ejemplarizó que lo fiaba todo a ocurrencias como el uso de "huesos de cerdo". Años más tarde recomendaría a los jóvenes "ahorrar dos euritos" al mes para la pensión. Se hizo necesario "dimitirla". En su lugar llegó Ana Pastor. La misma que, a pesar de ser compañeras de partido, como presidenta del Congreso tendría que llamarle la atención una y otra vez por su comportamiento y lenguaje poco edificante. Celia no salía de su asombro, porque como dijo en una de esas ocasiones, solo estaba haciendo “lo que hacemos los diputados normalmente: increpar al que está hablando”.

Relegada por su partido durante la época de Mariano Rajoy al frente, que no sabía qué hacer con ni sin ella, fue sumando años como diputada –treinta completó en 2019, cuando dejó su escaño– mientras compañeras de sensibilidad televisiva como Rahola, Rubielas o Almeida abandonaban la Cámara. Para 2004 era la única que permanecía allí. Algunas como Almeida, integrada en el PSOE y candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid, habían visto como sus frivolidades mediáticas le pasaban factura personal. Cuando en la Asamblea regional cuestionó a su rival Alberto Ruiz Gallardón sobre la presencia de programas como Tómbola en Telemadrid, el presidente popular no tuvo compasión: "Cuando usted sale en una televisión cantando Si yo tuviera una escoba, ¿es eso una televisión de calidad? ¿Son señas de identidad de una televisión de calidad que vaya usted a Crónicas marcianas con el ínclito padre Apeles? Y cuando Apeles va solo, ¿ya es telebasura?". Como relataba la crónica de El País de junio de 2000, a partir de ahí, Ruiz-Gallardón citó programa tras programa: Los comunes, Sabor a ti, En casa con Rafaella, Me lo dijo Pérez, Locos de atar, Humor cinco estrellas, La sonrisa del pelícano... "¿Lo suyo era calidad, y cuando usted no está, ya no lo es?", remataba con cada programa. Ruiz-Gallardón incluso contó cómo se divertía viendo a Almeida en la tele desde casa con su esposa, Mar Utrera, que le decía "¿Cómo te vas a meter con Cristina, con lo simpática que está?". Revisando esos programas, raro es de los citados en el que no apareciera también Villalobos.

La llegada de la segunda oleada de cadenas privadas brindó nuevas oportunidades a la diputada por Málaga, aunque no imaginaba que contribuirían decisivamente a que perdiera los nervios. En 2007 fue una de las concursantes de El Club de Flo, un reality de LaSexta en el que personajes conocidos por otras facetas entraban en una academia para monologuistas cómicos dirigida por Florentino Fernández. Junto a Encarna de Azúcar Moreno, el ex de Ana Obregón Darek, el atleta Fermín Cacho o el torero Canales Rivera, compitió por ser la mejor haciendo reír al público. Sin embargo, ninguno de sus chistes fue tan divertido como los que originó el instante en el que se la cazó jugando con su iPad mientras presidía el Congreso de los Diputados. Ni siquiera Pablo Casado, representante de la nueva hornada de tertulianos populares, se atrevía a defenderla frente a Eduardo Inda y Francisco Marhuenda.

Si Celia Villalobos había sido una pionera como tertuliana política en la década de los 90, también supo anticipar los cambios que se avecinaban en los talk shows. Se apresuró a robar plano, en Salvados a Antoni Durán i Lleida y Jordi Évole, o en pleno directo a un fulgurante Pablo Iglesias, que había hecho carrera en los platós antes que en el Congreso. “Diferente es que no tengamos el mismo lenguaje que tú", señalaba enfadada por la distinción entre vieja y nueva política, pero no podía evitar echar mano de su "torrentera verbal" y soltaba un “a quien más nos jode la corrupción es a nosotros”.

A pesar de la protección de la que gozan los miembros de la Cámara, durante la última década Villalobos ha estado desaforada en lo que a sus intervenciones televisivas se refiere. De aquellas en las que era dueña de sus actos, como en la ocasión en la que traicionó a Pilar Rahola revelando un comentario hecho fuera de antena, fingiendo que tomaba la lección y canturreando al periodista Arsenio Escolar "no me llames loca" ante la mirada atónita de Susanna Griso,o asaltando a la otra Ana Pastor en plena conexión para hacer gala de su odio a LaSexta con lenguaje procaz –"os vais a aburrir mucho sin dar caña el PP todo el puto día"– durante la moción de censura a Rajoy. De ahí a pegar manotazosa los micrófonos sólo habría un mes de distancia.

Los últimos meses de Villalobos en el Congreso dejaron escenas en las que salía fuera de foco, desenfocada o directamente descompuesta, como aquella reunión de la comisión de empleo en la que, repantingada sobre su butaca y con aire tabernario, interrumpía a una colega de Podemos, su bestia negra particular junto a los independentistas de ERC; a Joan Tardá lo mandó a almorzar y Gabriel Rufían le acusó ante la indiferencia de todos de haberle amenazado. Resulta paradójico que una mujer como ella, a la que habían acusado de haber tomado gin tonics de más y de cuyo testimonio se había dudado, dijera en el lugar en el que forjó y exhibió su popularidad que la víctima de La Manada iba "borracha como una cuba" y que en los San Fermines "pasan las cosas que pasan" y no se va "de ejercicios espirituales".

Sólo por su apego a los platós y las cámaras se entendió que el año pasado los eligiera para anunciar que dejaba la política al final de la legislatura. "Yo ya el escudo del PP me lo quito y soy Celia Villalobos", afirmaba. Para bien o para mal, de la abundancia del corazón habla la boca. Probablemente Carlos Herrera no tenía en mente a Mateo 12, 34 cuando hizo su perfil de la exalcaldesa, exministra y futura exdiputada. Qué más da si la política la ha abandonado o ha sido al revés, cuando a lo único que no ha renunciado es a lo que le llevó hasta aquí: ser la primera tertuliana popular, mediática y lenguaraz de su partido.

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